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Los Sacrificios Humanos

El sacrificio humano en el mundo prehispánico fue una práctica religiosa que se realizaba en el contexto de ciertos cultos de los pueblos indígenas de América.

Está documentado tanto por los códices como la iconografía precolombina en general. Aunque los casos más conocidos son los correspondientes al área mesoamericana, su existencia está probada también en el incario  y otras partes del continente. La práctica del sacrificio humano en las religiones indígenas fue una cuestión condenada por los europeos a su llegada a América en el siglo XVI. La corriente mayoritaria y más aceptada en la historiografía y la arqueología de América no niega la existencia de estas prácticas. Aunque hay quienes sugieren que esta práctica es una leyenda de origen etnocéntrico europeo. Lo cierto es que hay abundante evidencia arqueológica e histórica que da cuenta de ella.[4]  Un punto de acuerdo entre ambas posturas es que el sacrificio humano debe ser entendido en su contexto histórico y cultural, y no de modo sensacionalista, especialmente por el hecho de que sacrificios humanos hubo en otras partes del mundo, no sólo entre los pueblos indígenas precolombinos.

Los sacrificios humanos han sido practicados en muchas culturas, especialmente en el Mundo Antiguo. Se mataba a las víctimas ritualmente de una forma que pretendía apaciguar a los dioses. Los sacrificios fueron practicados en las religiones celtas de la edad de bronce y en los rituales relacionados con la adoración de los dioses en Escandinavia. Roma realizó sacrificios humanos hasta 97 a. C. Para los habitantes de la antigua Cartago, el sacrificio de infantes era también una manera de aplacar a sus dioses. Los primeros hebreos también practicaron el sacrificio. La historia de Abraham y su hijo Isaac sugiere una ruptura con la práctica. Excavaciones en el palacio de Cnosos muestran que también los primeros griegos sacrificaban. En la India contemporánea, el ritual llamado sati. ritual, en que la viuda de un difunto tiene que arrojarse a la pira funeraria, aún ocurre ocasionalmente, especialmente en las áreas rurales

En Mesoamérica

 

Los historiadores conocen mejor el Posclásico del altiplano que de otras regiones. La práctica de exponer los cráneos de los sacrificados ya se observa en Huamelulpan (Oaxaca) a principios de nuestra era; y en sitios de períodos posteriores como Copán, Honduras y Uxmal. Estos tzompantli alcanzaron grandes proporciones, mayores incluso que las de los posteriores tzompantli de la gran capital azteca Tenochtitlan.

El sacrificio humano en Mesoamérica la verdad está documentado de manera muy desigual. Sabemos mucho más sobre el Posclásico que sobre los periodos anteriores y conocemos mejor el Posclásico del Altiplano mexicano, que los de otras regiones. Para el Preclásico y el Clásico debemos conformarnos con los datos proporcionados por la arqueología y la iconografía, y con lo poco que dicen al respecto las inscripciones mayas. En cambio, para el Posclásico tenemos, además, una gran cantidad de fuentes escritas. El Popol Vuh, libro sagrado de los mayas-quichés, es muy interesante porque algunas variantes de los mitos que contiene se cuentan hasta nuestros días en varias partes de Mesoamérica, y porque, según especialistas, esos mitos aparecen en vasijas del periodo Clásico. Esto, junto con otros muchos elementos, muestra la gran continuidad de las tradiciones religiosas mesoamericanas. Si queremos comprender el sacrificio humano debemos apoyarnos en esas fuentes, en particular en las del Centro de México, pues, como afirmó fray Bartolomé de las Casas: “…la religión de toda la Nueva España por más de ochocientas leguas en torno es toda cuasi una, dentro de las cuales se comprehenden las provincias de Guatimala y de Honduras y de Nicaragua”; en efecto, casi una, ya que hay muchas variantes y hasta concepciones teológicas diferentes, incluso entre los mexicas.

 

 

Se han encontrado entierros de individuos con víctimas sacrificadas pertenecientes, por lo menos, al Preclásico Medio. En un relieve de 700 a.C. localizado en Chalcatzingo, Morelos, se ve a probables sacrificadores, disfrazados de seres sobrenaturales, que se dirigen portando mazos hacia un cautivo maniatado; el pene casi erecto de la víctima y una caña de maíz sugieren un sacrificio de fertilidad. En Izapa, Chiapas, en una estela de principios del Clásico se asocia el sacrificio por decapitación también con la fertilidad, como lo indican los hojas con granos que brotan del cuello cortado. En la costa del Golfo y en Chichén Itzá, en el Posclásico Temprano, y entre los aztecas, ya en el Posclásico Tardío, lo que brota del cuello como símbolo de fertilidad son serpientes.

 

En Teotihuacan, la gran metrópoli del Clásico, el sacrificio por extracción del corazón fue una práctica importante, como se observa en su pintura mural. Algunas estelas mayas de esa época ofrecen testimonios de sacrificios de reyes vencidos. La práctica de exponer los cráneos de sacrificados en pequeñas plataformas se observa en Huamelulpan, Oaxaca, a principios de nuestra era, y en sitios de periodos posteriores como Copán, Honduras, y Uxmal, Yucatán. Estos tzompantli alcanzarán grandes proporciones –mayores incluso que las de los posteriores de México-Tenochtitlan– en Tula, Hidalgo, y en el Chichén Itzá del Posclásico Temprano, lo cual sugiere un auge extraordinario en los sacrificios de guerreros.

 

LAS IDEOLOGÍAS DEL SACRIFICIO

Para el Posclásico, el sacrificio humano era un rito que se había practicado por milenios; pero, ¿cómo se justificaban estas matanzas, a veces a gran escala? Los mitos y ritos del Centro de México y los de los mayas nos permiten comprender la ideología del sacrificio humano y desentrañar sus múltiples niveles de significación. En la base de todo está la noción de deuda. Una criatura debe la vida, y todo lo que hace posible vivir, a sus creadores. Debe reconocerlo y pagar su deuda, tlaxtlaua en náhuatl, mediante el ofrecimiento de incienso, tabaco, alimentos, o incluso su propia sangre, lo que representaba una obligación mayor según un mito mixteco.

 

Los primeros sacrificios –es decir aquellos en que se dio muerte a lo ofrecido– fueron los de los mismos dioses. Los hijos de la pareja primigenia cometieron una transgresión al crear o quitar la vida sin permiso de sus padres, igualándose así con ellos, que son los dueños de la vida por excelencia. Los mayas cuentan que Itzamná e Ixchel tuvieron 13 hijos y que algunos de ellos “se ensoberbecieron”, queriendo “hacer creaturas contra la voluntad del padre y madre, pero no pudieron…” Los hijos menores, Hunchuén y Hunahau, en cambio: “pidieron licencia a su padre y madre para hacer criaturas; concediéronsela, diciéndoles que saldrían con ello porque se habían humillado”. En algunas fuentes aztecas y de los quichés se mencionan otras transgresiones, entre ellas: expulsar a un hermano pedernal recién nacido del paraíso celestial; destrozar al monstruo telúrico (del cual nacieron el cielo y la tierra, y todo lo necesario para vivir); cortar la flor o la fruta de un árbol, es decir, procrear; jugar a la pelota o crear fuego con palillos (el movimiento asociado a estas dos últimas actividades es en sí mismo creador).

 

Los dioses transgresores, expulsados del cielo, son enviados a la tierra, a las tinieblas; de ligeros que eran, se vuelven pesados, materiales. Crean hombres a su servicio, pero no les gusta mucho vivir en la tierra con los hombres. Para obtener de nuevo la vida sin fin y el paraíso perdido, dos de ellos se echan al fuego, destruyendo así su pesado cuerpo. Como la vida puede renacer de la muerte, vencen a la muerte en el inframundo, emergen como el Sol y la Luna y son acogidos por sus padres satisfechos. Reconquistan el paraíso perdido, pero sólo en parte, porque cada vez que transcurre una era, edad o Sol, se vuelven más pesados y necesitan ser vivificados. Al mismo tiempo, ellos mismos se vuelven los “más allá” felices para los beneméritos: los guerreros van a la “casa del Sol” y otros, los elegidos por Tláloc, al “Tlalocan en la Luna”. Los otros dioses exiliados también deben aligerarse para dejar la Tierra y regresar con sus padres. De acuerdo con algunas versiones mexicas, deben ofrecer sus corazones y su sangre para alimentar al Sol.

 

En cuanto a las criaturas de la Tierra, son mortales porque son pesadas y telúricas, pero ellas también son responsables de haber cometido transgresiones. Según los mayas quichés, los animales, primero, y los hombres de lodo y los hombres de madera, después, fueron condenados al sacrificio o a morir porque no reconocían a sus creadores ni podían pronunciar sus nombres. La Leyenda de los Soles, un mito náhuatl que narra una primera guerra, realizada para alimentar al Sol y a la Tierra, es elocuente al respecto. Una diosa da a luz, en principio, a 400 mimixcoas (los de Mixcoac); luego tiene a otros cinco que, por ser amamantados por Mecitli, son los mecitin o mexicas. El Sol da ricas flechas a los 400 mimixcoas para que cacen y ofrezcan su caza a él y a la Tierra. Pero en lugar de cumplir con su deber, se emborrachan y van con mujeres. Entonces el Sol da flechas sencillas a los cinco hermanos menores y les ordena que maten a los 400; los mecitin cumplen la orden en seguida y así alimentan a sus padres (una situación similar se encuentra en los relatos sobre las primeras guerras de los quichés). Se trata de un mito interesante no sólo por ser un tema omnipresente en la mitología mesoamericana: el del pobre joven recién llegado (como lo fueron los toltecas, como lo eran los mexicas, los quichés...) que vence a sus poderosos mayores, sino también porque muestra que el sacrificio humano era efectivamente un castigo: si el Sol y la Luna exigen hombres en lugar de animales, es porque no cumplieron con su deber. Debe destacarse también que aquí los mexicas se presentan como si no tuvieran culpa alguna: los impíos son los otros, sus enemigos. Cabe agregar que los guerreros sacrificados portaban los atavíos de los mimixcoas, a quienes encarnaban. En lo esencial, el sacrificio humano era expiación y un medio de destruir el cuerpo-materia para sobrevivir después de la muerte. Así lo confirman las palabras de las víctimas liberadas por Pedro de Alvarado antes de la matanza en la fiesta de tóxcatl: decían que querían morir para ir a la casa del Sol. Se trataba también de un medio para alimentar a los dioses y vitalizarlos, aunque esto también podía hacerse con animales u otras comidas, como incienso, hierbas, flores, papel...

 

Además del sacrificio de guerreros había también el de imágenes o representantes, ixiptlas, de los dioses, por lo común esclavos que recibían un baño ritual –es decir, eran purificados–; niños (para los dioses de las lluvias y de los montes); muchachas nobles; condenados por diversos crímenes; voluntarios, etc. Así, estas víctimas “eran” los dioses, que morían a través de ellas para renacer más fuertes y rejuvenecidos. Sin embargo, debe subrayarse que muchos de los dioses eran ellos mismos ixiptlas de otra cosa: el agua, la tierra, el fuego, el maíz, los astros, etc.; tal vez eran éstos, ante todo, los que eran regenerados y vivificados. Cuando Nanáhuatl y la Luna eran quemados en el mes de panquetzaliztli, el mismo en que moría Huitzilopochtli, lo que se recreaba era el sacrificio del Sol y la Luna en Teotihuacan, y aquéllos representaban a estos astros que nacían de nuevo.

 

Los dioses morían a través de las víctimas humanas y lo mismo ocurría con los sacrificantes, los que ofrecían a la víctima, ya fuera un guerrero cautivo, un esclavo comprado o un hijo. Sahagún confirma esta idea, al explicar que “…el señor del cautivo no comía de la carne, porque hacía de cuenta que aquella era su misma carne, porque desde la hora que le cautivó le tenía por su hijo, y el cautivo a su señor por padre”, es decir, el hijo era el ixiptla del padre. Al morir simbólicamente a través de su víctima, el sacrificante aumentaba su fuego interno, se aliviaba y obtenía una existencia feliz después de la muerte.

 

 

La mayor parte de las immolaciones de hombres se realizaba a lo largo de los ciclos festivos de los meses del calendario solar y del calendario de 260 días, muchos de los cuales eran “aniversarios” de dioses. Las fiestas del año solar eran especialmente importantes porque en ellas se recreaban –de diferentes maneras, según la ciudad que las celebraba– diversos aspectos de la cosmogonía mesoamericana: la expulsión del paraíso, la creación de la tierra y el nacimiento de Venus y del maíz, las migraciones de los pueblos en las tinieblas, el sacrificio del Sol y la Luna, su victoria en el inframundo. Después se recreaban la salida del Sol y la primera guerra efectuada para alimentarlo, fiesta que era al mismo tiempo la de la cosecha del maíz para los hombres y la cosecha de guerreros para el Sol y la Tierra. Posteriormente venían las recreaciones del paraíso perdido y la de la transgresión que coincidía con la puesta del Sol, el cual penetraba a la tierra y la fecundaba –para los nahuas morir significaba “tener parte con la Señora Tierra”. En esas celebraciones morían y nacían de nuevo casi todos los dioses –con excepción de la pareja creadora, que no recibía culto por parte de los hombres y únicamente se ocupaba en crear chispas de vida–: los de la tierra, del agua, del maíz, de los cerros (tlaloques y otros), del pulque, de la caza, Huitzilopochtli, los mimixcoas y los huitznahuas, Nanáhuatl y la Luna, los de la muerte y del fuego, Tezcatlipoca, las diosas de las flores, del amor, del agua, de la sal, de la pimienta... Todos ellos, y todo el mundo, se vivificaban, pero también se creaban estrellas sustentadoras de la bóveda celeste arrojando cautivos en hogueras, se erigían postes dos veces al año para evitar la caída del cielo, se pagaban las lluvias y cosechas obtenidas con ofrendas de bienes de todo tipo, etc.

 

Había otras muchas ocasiones que requerían de sacrificios humanos: guerras y batallas; desajustes del orden cósmico, como eclipses, sequías, hambres, inundaciones; la expiación por ofensas en el culto a los dioses, como robo de objetos sagrados, dejar escapar víctimas, etc.; motivos personales, como cuando un padre que escapaba de la muerte ofrecía a su hijo en pago; y, finalmente, la inmolación de acompañantes para los difuntos.

 

Una misma víctima podía morir para expiar y sobrevivir en el más allá; para hacer morir y renacer a una deidad y a lo que encarnaba, así como a su propio “señor”, su sacrificante; para alimentar y “vivificar” a una deidad; para sostener la bóveda celeste; para fecundar la tierra; para aplacar a los dioses, darles las gracias, reconocer su superioridad y poner de manifiesto la dependencia del hombre.

 

LOS ACTORES DEL SACRIFICIO.

Los principales eran los sacrificantes, los sacrificadores y los sacrificados. Entre los primeros había guerreros; mercaderes, artesanos ricos y otros particulares; representantes de calpullis o corporaciones, reyes. El Estado, que se hacía cargo del costo de las guerras, también ofrecía en ocasiones víctimas, las cuales eran parte del tributo de otras ciudades. Sin embargo, generalmente las víctimas eran capturadas durante las guerras de conquista o bien eran compradas por individuos que recibían apoyo de su familia y del grupo al que pertenecían. Los sacrificantes se hacían notar; por ejemplo, el guerrero lo hacía desde el campo de batalla, luego en su entrada triunfal a la ciudad con sus cautivos, en la presentación pública de éstos, en las danzas, en la velación con las víctimas en su última noche, en la marcha al templo con el vencido, en el banquete posterior, todo lo cual conllevaba prestigio y honores. Lo mismo ocurría cuando se trataba de un esclavo purificado. Debía anunciarse la intención de inmolar, comprar y presentar a una víctima, la cual iba vestida por la ciudad, durante semanas, meses o todo el año, como una deidad y, además, debía desempeñar el papel de esa deidad y ser tratada como tal. También había que bailar con la víctima, velarla en su última noche, llevarla al templo e incluso –lo cual no estaba permitido a los guerreros– subir por la pirámide hasta la piedra de sacrificio y ver al dios (en su templo), cara a cara, es decir, morir simbólicamente.

 

 

 

Los sacrificadores eran por lo general sacerdotes especializados, muy estimados por los aztecas y poco por los mayas. Hay que distinguir entre los grupos de ayudantes, como los chalmeca nahuas (“los de Chalman”, conocidos como chalamicat entre los quichés), por ejemplo, que se encargaban de mantener a la víctima, y quienes extraían algo del cuerpo de la víctima (el corazón, la sangre, las entrañas), los cuales manejaban un cuchillo que podía simbolizar la mano del dios o el rayo celestial. A veces algunos guerreros (en el “sacrificio gladiatorio”, conocido también en Guatemala) o gran parte de los que asistían al ritual participaban en la matanza, como ocurría en Cuauhtitlan, en el mes de izcalli, cuando más de 2 000 hombres y muchachos flechaban a seis cautivos de guerra atados en palos muy altos. Cabe agregar que los sacrificadores, los sacrificantes, el público y, en menor grado, las víctimas, se preparaban y asociaban al sacrificio mediante diversas penitencias, autosacrificios, ayunos, continencia y danzas (bailar significaba “merecer”).

 

EL NÚMERO DE VÍCTIMAS Y LOS DIFEERENTES TIPOS DE MUERTE.

La cantidad de víctimas variaba mucho de acuerdo con la importancia de la ciudad o el pueblo. En algunos casos se habla de dos o tres por año y de muchos más en ciudades poderosas. En Tenochtitlan, Tlaxcala, Chichén Itzá, se sacrificaba a cientos o miles de víctimas en las grandes fiestas, como la del renacimiento del Sol (panquetzaliztli, yaxkín). Como es bien sabido, las fuentes en náhuatl se vanaglorian de que en ocasión de una doble celebración, la entronización de Ahuítzotl y la inauguración del gran templo de Tenochtitlan, en 1487 d.C., se inmoló a 80 400 prisioneros, lo cual parece poco probable. Lo cierto es que las víctimas eran muchas, tal vez tantas como en la India del siglo XIX, por ejemplo, aunque debe tomarse en cuenta que en otras culturas los guerreros habrían sido muertos en el campo de batalla.

 

El registro de las distintas maneras de sacrificar en el Posclásico es muy rico y muchas veces se pueden reconocer los modelos míticos: las más comunes eran la extracción del corazón y la decapitación; venían luego el flechamiento, el sacrificio gladiatorio, por fuego, enterrar viva a la víctima, por derribamiento desde un alto mástil o por golpes en una peña, por extracción de las entrañas, estrujamiento en una red, derrumbamiento de un techo sobre las víctimas, descuartizamiento, lapidación. En ocasiones se podían combinar dos, tres y hasta cuatro métodos de muerte ritual; por ejemplo, en honor del Sol y de la tierra, se hacía extracción del corazón y luego decapitación, o a la inversa; también podía arrojarse a la víctima al fuego y luego realizar estos dos últimos métodos. El uso de anestésicos era común en los sacrificios por fuego. Muchas víctimas iban a la muerte sin miedo –incluso había voluntarios– pero otras lloraban o debían ser arrastradas hasta la piedra de sacrificio.

 

EL ALIMENTO DE LOS DIOSES Y DE LOS HOMBRES

En ocasiones los dioses del cielo y otros se conformaban con la “esencia” del muerto, es decir, el humo del corazón quemado, el vapor de la sangre, mientras que los hombres comulgaban de la deidad o semideidad muerta. Sin embargo, en ciertos casos se renunciaba a la víctima y se le destruía en el fuego (lo que sucedía raras veces), enterrándola en una cueva o en una pirámide, o lanzándola a un remolino en un lago. Se puede considerar que en este caso el destinatario o, más precisamente, aquello de lo cual el dios era el ixiptla o representante: tierra, fuego, agua, etc., se comía directamente a las ofrendas humanas.

 

 

 

El banquete antropófago era un evento religioso y social muy importante. Se comía al muerto divinizado, se unía con él, pero también se trataba de una ocasión para invitar y honrar a familiares, para hacer relaciones con personajes importantes, para ganar prestigio, y en todo esto se podía gastar el producto de años de trabajo.

 

El sacrificante conservaba restos de su víctima, como el cabello de la coronilla –que contenía parte del calor vital y del “honor” del sacrificado– o sus atavíos; el guerrero se quedaba con el fémur del muerto, el cual colgaba en el patio de su casa para proclamar su valentía y gozar de la protección de este “dios cautivo” (maltéotl) cuando iba a la guerra.

 

LAS CAUSAS

Varios autores se han preguntado sobre las causas más profundas de los sacrificios a gran escala y del canibalismo. En el siglo XVI se creía que la falta de carne podía ser una motivación, aunque esta explicación se desechó totalmente en los cincuenta del siglo pasado. Hay que tomar en cuenta que los sacrificios masivos se daban sólo en algunas grandes ciudades, y que incluso en éstas la gente común tenía poco acceso a la carne humana y que se comían sólo pequeños pedazos de los cuerpos. La presión demográfica es otra explicación, pues parece que el aumento de la cantidad de víctimas en el Centro de México coincidió con un gran crecimiento de la población. Una tercera explicación puede basarse en las teorías de René Girard, según las cuales por medio del sacrificio se intentaba neutralizar la violencia interna del grupo. En este caso, la importancia de los sacrificios humanos se podría explicar por la mayor fragilidad de las ciudades-Estado del Centro de México, compuestas por grupos con lenguas y orígenes a veces muy diferentes. Sin embargo, nada de esto ha podido comprobarse. Así, puede decirse que el sacrificio humano mesoamericano fue una manera extraordinaria de utilizar todos los posibles sentidos de la muerte ritual, para mantener la vida y prolongarla después de la muerte, y para tener la impresión de que se controlaba un universo que se percibía como excesivamente inestable.

 los  Aztecas

 

El contexto cultural de los aztecas es muy amplio ya que era una sociedad conformada y muy compleja ya que era un estado Religioso-Politico lo que significa que primero estaba el aspecto Religioso y después el aspecto político en el esta cultura.

 

Por eso los gobernantes eran los sacerdotes en su jerarquía mas alta.

 Los dignatarios: En la cumbre de la sociedad se encontraban los dignatarios o tecuhtli. Poseían elevadas funciones militares o civiles. El emperador, los miembros del gran consejo, los gobernantes o jueces, pertenecientes a este grupo, no pagaban impuesto ni efectuaban trabajos agrícolas. Sus palacios se construían y mantenían a expensas del tesoro público.

A cambio, los dignatarios tenían la obligación de consagrar todos sus esfuerzos al servicio público.

Los sacerdotes: Pese a la gran importancia de la religión en la vida azteca, las funciones religiosas no se confundían con las gubernativas. La jerarquía religiosa era coronada por los dos grandes sacerdotes, equivalentes en título y poder, llamados Serpientes de Plumas. Uno de ellos estaba consagrado al dios solar azteca Huitzilopochtli, y el otro a la vieja divinidad del agua y de la lluvia, Tlaloc.

Haciendo voto de castidad, los sacerdotes no solamente se encargaban del culto, sino también de la educación de los jóvenes de la aristocracia en los calmecac, los colegios-monasterios. Asimismo, se preocupaban de los pobres y enfermos.

Guardaban los libros sagrados y los manuscritos históricos. Provistos de tierras en abundancia, de víveres y objetos preciosos de todo tipo, por la devoción de los soberanos y particulares, los templos disponían de inmensos recursos administrados por el tesorero general, el tlaquimiloltecuhtli.

Los sacerdotes no pagaban impuesto y algunos combatían en los ejércitos.

Pero hay que entender desde otro punto de vista a la cultura donde lo mas importante era lo natural ya que era una Religion Politeista pero que significa esto? Pues  que tenían muchos dioses a los cuales les rendían respeto y en algunos casos sacrificios, casi todos ellos relacionados con algún elemento natural.

Imaginemos por un momento que nuestros Dioses son el Agua (Tlaloc), la Tierra  el Viento (Ecatl), el Fuego, el sol (Tonatihu) etc, son parte de la naturaleza pero muchos de estos dioses ya tenían mas de 2,000 años que eran deidades en diferentes culturas como la olmeca y la teotihuacana.

Pero como ellos se imaginaban el universo o en su cosmovisión el sol se ocultada diariamente y no sabían que saldría de nuevo pero en algunos de los ciclos solares como en los cambios de estaciones había que mantener contento al Dios sol y como eran un pueblo guerrero se ofrecia el sacrificio humano para que el sol siguiera su camino y que se aseguraran buenas cosechas.

El sacrificio humano se realizaba solo en algunas estaciones no era una practica diaria y era un honor ser sacrificado pora mantener  buenas cosechas, buena caza y pesca, además de que el clima fuera benévolo y sin lluvias torrenciales.

Ademas entre otra de sus ideas eran que:La misión del hombre en general, particularmente de los mexicas, pueblo del Sol, era evitar incansablemente el asalto de la nada. Con este fin estaba obligado a suministrar a todas las divinidades el agua preciosa sin la cual la maquinaria del mundo cesaría de funcionar: la sangre humana. De esta noción emanan la guerra sagrada y la práctica de los sacrificios humanos. El Sol exigía sangre y los mismos dioses le habían dado la suya.

 

Por otra parte también se sacrificaban a los prisioneros que habían caído en batalla, recordemos que los aztecas no tenían buenas relaciones con ningún vecino y se hacían guerras contra Azcapotzalco,

 

Estaria bien sacrificar a uno que otro malandrin en estos tiempos para ver si disminuyen los efectos del cambio climatico y que no resulten afectadas tantas poblaciones como ocurrió en Veracruz este año. Jajajajajajaja……

 

Por ejemplo los Teotihuacanos y los Olmecas ya tenían dioses en común, lo que genero un copioso de divinidades antiguas y recientes, terrestres y astrales, agrícolas y lacustres, tolteca-aztecas y exóticas, tribales o corporativas. En la religión azteca. Todas las formas de la actividad humana dependían de un poder sobrenatural, desde el mando de los ejércitos hasta la confección de tejidos, y desde la orfebrería a la pesca.

 

Cada vez que vamos al centro y vemos a los danzantes ellos antes de comenzar un ritual o baile hacen una un saludo a las direcciones:

Direccion Este: donde nace el sol, la dirección de los volcanes.

Direcion  Sur: dirección de la pirámide de cuicuilco.

Dirección Oeste: Por donde se oculta el sol.

Direccion Norte: El cerro de tepeyac.

Además no solo esas que son las que conocemos:

La Direccion del Sol o de la Sobrenatural

La Direccion del inframundo: del mal o de los espiritus

La dirección donde habitamos con nuestros semejantes

Asi que esto complementa la visión son siete las direcciones no solamente cuatro como se creía anteriormente.

 

DIOSES AZTECAS

 

TEZCATLIPOCA, DIOS DE LOS DIOSES

TEZCATLIPOCA (Espejo humeante), es la deidad mas importante de la religion Nahua. Era el hacedor de todas las cosas, el dios del sol en su aspecto de dominio y poder en las tinieblas. Es llamado " noche y viento, el arbitro, el que piensa y rige por su propia voluntad ". Se le hace intervenir como rival de Quetzalcóatl y causante de la caída del reino del este.

Tezcatlipoca logro con dolo que Quetzalcóatl se embriagara y transgrediera los principios que el se había impuesto. Quetzalcóatl tuvo que abandonar su reino en Tula significando así la primera gran decadencia de esta metrópoli 

 

HUITZILOPOCHTLI, DIOS DE LA GUERRA

Una bola de plumas en Coatepec " la montaña de la Serpiente " fecundo el vientre de Cotlicue. Coyolxauhqui, la luna y los Centzon huitnahua o "Cuatrocientos guerreros del sur " , que representan a las estrellas, creyendo deshonrada a su madre decidieron matarla. En ese momento, blandiendo la serpiente de fuego nació Huitzilopochtli, quien destruyo a sus hermanos y se convirtió en el sol, senior de la guerra, quien para vivir necesita ser alentado con sangre.

Este mito relacionado con la del quinto sol, explica como para los Aztecas, en su peculiar vision religiosa, los sacrificios humanos eran la única forma de preservar el mundo de su extinción. 

 

QUETZALCOATL

Hace mas de 2000 años ya se le rendía culto en la zona tolteca. Se le adoraría en toda Mesoamérica.

Quetzalcóatl, dios único, dual y multiple, su doble era Xolotl, el malo y entonces estaba ligado a Venus , estrella de la tarde y al mundo de los muertos. Aveces se le identificaba con Tlaloc, dios de la lluvia y con Ehecatl, dios de el viento.

Quetzalcóatl, el creador de las cinco edades cosmicas, de los hombres, dador de vida a costa de su sangre, del maíz, el que junto con Tlaloc arrebato a loas hormigas para que los hombres se alimentaran.

Según la leyenda cayo en la trampa de los magos y peco, salió de Tollan, y fue hacia " el lugar de la quema ", vaticino su regreso y se incinero. 

 

CHALCHIUTLICUE, DIOSA DEL AGUA VIVA

Su nombre quiere decir " la falda de jade " se le conocía también como Apozonalotl, que manifiesta la ondulación de las aguas: Atlacamani, se refiere a las tempestades y, Ahuit y Ayauh que alude a su movimiento. Los Tlaxcaltecas le decían Matlacueye o sea " la vestida con faldellín azul " y en su honor le pusieron a un monte en el que aun se siguen formando nublados tempestuosos, el llamado Malinche.

Chalchiutlicue era la compañera de Tlaloc dios de la lluvia: tenían poder sobre las aguas. Ambos fueron creados por los cuatro Texcaltipocas.

" La falda de jade " era de las diosas mas veneradas. Tenia el don de la purificación. 

 

TLALOC, DIOS DE LA LLUVIA

Tlaloc quiere decir " nectar de la tierra " ; fomentaba la agricultura.

Dentro de la religion azteca era uno de los mas importantes. Recibió diversos nombres : en Zapoteco era Cocijo " rayo ", en Totonaca era Tafin, en Mixteco era Tzahui y en Tarascó, Chupi - Tirípeme " agua preciosa azul ". A el también se le ofrecían sacrificios humanos ; niños que morían ahogados.

Sus representaciones en diversos materiales lo muestran con mascara ; en la cultura Olmeca, en Teotihuacan, es de Tigre - Serpiente y su cabeza esta integrada con la de Quetzalcóatl, prueba de su alta posición entre las deidades.

Posteriormente su máscara la formaban dos serpientes. 

 

XOCHIQUETZAL, DIOSA DE LA BELLEZA Y EL AMOR

Xochiquetzal significa " flor preciosa ". A esta diosa se le representa con flores y con un tocado de quetzal. Se le rendía culto con sacrificios humanos, particularmente de jóvenes doncellas y de niños.

Fue una de las principales diosas femeninas y lunares, pues también se le identificaba con la luna joven.

Entre las características de los dioses lunares, se mencionan ; ser las esposas o hermanas del sol, los patronos de los trabajadores textiles, presidían la procreación y nacimiento, eran las madres de los dioses y de la tierra, eran licenciosas, se les asociaba con las rosas y eran esposas o compañeras de los poetas o cantantes. También eran las deidades de la adivinación y estaban relacionadas con el agua. 

 

XIUHTECUHTLI, DIOS DEL FUEGO

También se le llamaba Huehuetéotl, el dios viejo del fuego y el señor viejo.

En la efigie de Cuatlicue que es la representación de la cosmogónica Azteca, Xiutecuhtli esta en el centro de la quinta dirección ; de arriba hacia abajo. Era uno de los dioses mas venerados.

Las víctimas que se ofrendaban primero eran anestesiadas con yauhtli ( haschich ) y luego arrojadas al fuego.

Ya desde hace 2700 años se le adoraba en Cuicuilco y Ticoman, donde se le representaba como un anciano jorobado, en cuya espalda lleva un bracero para el fuego. 

 

CINTEOTL, SEÑOR DEL MAIZ

Cintéotl era venerado por los aztecas como dios del maíz, al que se le atribuía un origen divino.

Cintéotl, como otros dioses Aztecas, era hombre y mujer. En su personalidad masculina era marido de Xochiquetzal, diosa del amor y la belleza. Torquemada opinaba que era una diosa de fertilidad y compañera del sol.

Su madre fue Tlazoltéotl, diosa de la fecundidad. Al sacerdote dedicado al culto de Cintéotl, se le llamaba Cinteotzin.

No es de asombrar que los aztecas divinizaran el maíz ya que en forma silvestre y después, cultivado, constituyo la base de su alimentación.

 

El sacrificio humano en Mesoamérica


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